Después de tanto tiempo desaparecida, al fin siento ese feeling de antes de sentarme en la compu a escribir sobre nosotros, sobre lo que vivimos día a día y compartirlo con ustedes. Somos los mismos, 3 años más grandes, unos kilos de más, y con un poco de arena de desierto en las pestañas.
Hace 3 años me estaba subiendo a un avión con Matias rumbo a Sao Paulo, para luego tomar otro vuelo a Dubai. Les mentiría si les digo que no me dio pena despedirme de mi familia y amigos, dejar todo lo que conocía y que me hacía sentir tan segura. Pero también les mentiría diciéndoles que no estaba segura de meter mi vida en 12 cajas y 4 maletas y mudarme al otro lado del mundo. Lo único que tenía clarísimo en ése momento, era que el sueño de mi esposo era estar aquí y la mejor educación y calidad de vida para Matias también. Es más, nunca lo pensamos mucho jaja me acuerdo y me da risa, Diego y yo éramos dos niños, con un bebé mudándonos al otro lado del mundo sin muchas maletas ni preocupaciones.
Primero llegó Diego, vino él sólo a hacer su curso tranquilo y cuando terminó todo, 2 meses después, llegamos Mati y yo.
Me tomó un par de horas darme cuenta que no iba a ser difícil adaptarme a Dubai. A pesar de llegar en pleno verano, empezaba Ramadán y no conocíamos a nadie, supe que éste era mi hogar.
Creo que nunca voy a poder plasmar en palabras lo que sentimos Matias y yo. Con 9 horas de diferencia con Lima, más un día entero de viajes, yo me esperaba a un Matias fastidiado, cansado, buscando su camita, los olores de nuestra casa de Lima, etc.
Qué fue lo que pasó en realidad? Matias entró a la casa como si la conociera de siempre, jugó un rato, le dimos de comer y un baño y a dormir. Así es, mi gordo se fue a dormir a la 1 de la mañana de aquí (4 pm de Lima) como si hubiera sabido que nuestra nueva vida ya había empezado. Cambió el chip con una facilidad increíble y ahí comprobé una vez más que mientras nuestros hijos sean felices, nosotros sólo tenemos que relajarnos y disfrutar.
Particularmente tengo muy buena memoria, pero el momento en que llegamos a nuestra casa, lo tengo grabado como si hubiera sido ayer. El alivio de sentir el aire acondicionado después de haber caminado desde el carro, el eco porque apenas teníamos un sillón, Diego emocionado haciéndonos un tour, abriéndo y cerrando puertas; el olor, el olor de ésta casa es algo único, me sigue pasando cuando nos vamos de vacaciones y regresamos, Diego está cansado de que repita lo mismo siempre jaja pero que hago si los olores me traen recuerdos? Todo, todo lo tengo como tatuado, como cuando miras tantas veces una película y ya te sabes el momento exacto de los movimientos y diálogos.
Cuando te mudas de país, siempre vas a sentir que eres parte de dos mundos: tu antiguo hogar y tu nuevo hogar. Vas a pensar en dos lenguajes diferentes y cuando te molestes o te frustres vas a usar ambos y ni tu mismo vas a entenderte. Cada vez que compres algo vas a convertir el precio a la moneda del otro lado para comparar (lo hago todos los días de mi vida).
Pero mientras ésos dos mundos estén en armonía y tengas claro que ahora perteneces a otro lugar, vas a estar bien. A veces para crecer es necesario dejar a nuestras familias, y puede sonar como la cosa más terrible y triste, pero todo depende de uno mismo. Todo depende de como veas la vida, porque si vas a estar pensando en todo lo que no tienes o cuánto extrañas, sinceramente, vas a pasarla mal y probablemente, termines abandonando tus sueños por regresar a tu zona de confort.
Siempre nos dicen que viajar te cambia, que aprendes. Yo te puedo decir que mudarte a otro país es un terremoto de emociones, conoces miedos que ni sabías que existían y todo lo que parecía fácil ahora es un reto. En el momento no te das cuenta, sientes que todo va igual. Pero con el paso del tiempo verás cuánto has evolucionado, te caíste, te levantaste, tienes cicatrices, viviste, lloraste. Creciste.
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